DOMINGO (1998)
El sol ocre llenó de nostalgia las calles del invierno. Pero mira como son las cosas, tú estabas conmigo. De espaldas a las azoteas de mayo la rosa negra de tus cabellos peinó mi tristeza, largamente, con gran precisión. Pasó la combi emplumada de lluvia y echaste a volar en frecuencias moduladas. Pero antes tuve una visita ortopédica a algún hueco de mi memoria:
Uno por uno, sin paracaídas que asir, han desmayado de vacío los botones blancos del silencio y la salud. ¡SSSHHH! ¿Quién hace tanto escándalo sobre estas tierras peruanas? Vallejo, ¿eso fue el silencio o acaso el estornudo previo al “salud”?, ¿quién ha usado al tiempo de plumero? Una cabecita se agacha, cuajada como queso, y pasa del multicolor al blanco y negro, sin abrir espacio para los grises. Y para colmo: sin celular en estos tiempos saldados. ¡He ahí al culpable de los pájaros muertos en las veredas! Hermano de mazapán ingenuo, qué pena no tener un ángel que prestarte. Mi libertad es vértigo en tu caída, hermanito...
Y desperté al mundo con olor a néctar de durazno y frágiles autopsias, desperté como una bomba picoteada por una gallina, así, desordenadamente. Qué chucha. Me vestí, me puse los zapatos y anudé cada pasador a un extremo de mis ojos, comí con toda lentitud un trozo de casualidad, de tanto en tanto remojado en alguna interjección. Algo así como: ¡SSSHHH! Y después nada: trabajar, cargar bultos de huesos y plumas de cisne, sudar una flor demasiado humana y caer hacia arriba (por no decir hacia abajo). Con el mantel tendido bajo el sol, haciendo hora delante de un tigre con garras de segundero: Tú vienes como nueva ola, sonrisa en mano y un vuelo impreso en la punta de esa tu golondrina. Entonces se va, este mal sueño se va y vienen las buenas pesadillas, las del amor...
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